Capítulo I
La muerte del Cabo Fierro
-- ¡Ahí viene
m´jo con los orteguistas!-- Denunció una voz salida del corral. El trajinar en
la enramada que servía de cocina cambió de ritmo. La patrona salió de la casona
para asomar su vista por el arroyo de Santa Catarina hasta distinguir a su hijo
y a su compadre Martiniano Núñez, al lado de once jinetes.
Una vez
desensillados los briosos machos, el Cabo Martiniano Núñez le ordenó a la tropa
que descansaran con absoluta libertad pues, les dijo – Este lugar es seguro,
tengan la plena seguridad que los federales no vendrán a molestarnos aquí –
Luego se dirigió al papá de su compadre Pedro Orozco González, dueño del rancho
Santa Catarina – Gracias señor por recibirnos en tu casa.
-- Descanse,
coma y tómese un café de talega que ya las viejas tienen preparado para usted y
su gente – Los oyentes pararon oreja ante la invitación de don Pedro Orozco --
Vieja – ordenó el ranchero de más de 1.80 metros de estatura
– sírvele café a los muchachos.
En troncos de
chino, palmeras y gueribos, los polvorientos revolucionarios descansaron su
cuerpo para disfrutar del aromático café de talega. Luego que arrimaron una
mesa larga hecha con madera de cardón, las mujeres pusieron dos ollas llenas de
café y una docena de vasos de barro que el fayuquero conocido como el Piernudo
había dejado a cambio de un chivo.
El vigía, lejos
de acercarse a saludar a los recién llegados, en cuanto su padre gritó que ahí
venía su hijo, lazó un becerro de año, que habría nacido el día en que su
hermano se unió a las filas de los orteguistas, luego le ató las cuatro patas
en un mismo nudo y, como un
ritual sagrado, enterró
el cuchillo, que siempre traía
fajado al cinto de correas de cuero, en el cuello del animal de casi 200
kilos de peso. Luego que desangró al becerro sobre una olla de peltre, le desanudó
los miembros para atarlos en forma separada a cuatro horcones que tenían para
tal fin. Con habilidad propia del ranchero Californiano fue retirando la piel
y, sobre ella misma fue depositando los “cuartos” de la res para, sin que se
dieran cuenta los recién llegados, entregarlos en la cocina donde ya tenían el
bracero listo para el asado.
-- ¿Ya arregló
el paraje en San Cristóbal? – Preguntó Pedro hijo a su padre.
-- Ya, Juan
llegó el domingo, por cierto – agregó – preguntó la hija de don Chon por ti.
-- ¿On ta´
Juan? – Respondió Pedro con otra pregunta como no prestando atención a lo que
su padre en forma ocurrente había intentado ejercer.
-- En el corral
arreglando el becerro – Respondió doña Natividad al momento de salir de la
cocina secándose las manos en el delantal.
-- ¡Mamá! –
Expresó lleno de júbilo el revolucionario levantándose del taburete que le
servía de asiento, para ir a su encuentro y saludarla de un beso en la frente,
luego santiguarse y darle un abrazo.
En eso, como
si al nombrar al becerro estuviera conectado con todos los movimientos del
rancho, el olor característico de la carne asada obligó a los recién llegados a
aspirar el aroma inconfundible de carne, ajo y orégano – Esto se está poniendo
bueno manifestó el sargento Macario Pérez.
Entre risas y
voces de la tropa doña Jesusa le recriminó a su hijo – Hace un año que te
juites con tu compadre y a´ta hoy tenemos razón de ti – añadió al reproche –
dime, cuéntame, qué pasó con los pelones.
-- Tate ma´, ya habrá tiempo de platicarte
los pormenores de la friega que llevamos durante este año, hoy queremos
descansar de los fantasmas que no nos han dejado dormir estos últimos días --
Respondió Pedro que ya
“asentaba” su cuchillo
en la piedra de ‘amolar’ que guardaban en el zarzo entre quesos,
panocha, y huesos secos.
El crepúsculo
hizo más atractivo el fogón que ya había empezado a sacar de sus brazas los
primeros pedazos de carne – Coma, amigo – Dijo el dueño del rancho al cabo
Martiniano Núñez al tiempo que le alcanzaba un costillar asado – ahí están las
tortillas de harina – expresó señalando un panguingui de redondas y amasadas de
harina con requesón cocidas en comal, envueltas en tela con ornamentos de
flores hechas con hilaza que el comerciante les cambiaba por queso o leche.
-- Órale mi
sargento Macario – Extendió la pieza a su brazo derecho. Una vez que lo tomó
entre sus toscos dedos, el cabo cortó por la mitad el costillal asado – pásale
a la tropa – ordenó al tiempo que él mismo compartía otros trozos entre los
revolucionarios.
Luego los
filetes asados dieron la oportunidad de adornarlos con un par de tortillas que
deglutieron entre risas y anécdotas de escaramuzas en los diferentes ranchos
por dónde pasaban, y enfrentaban a los federales que les seguían los pasos –
Dónde sí me temblaron las canillas fue en la Rivera pues no esperaba que el cabo Fierro se
atreviera a enfrentarnos cuando estábamos bien atrincherados – señaló el
sargento Macario Pérez
-- La suerte
que yo estaba en el corral – terció el cabo Martiniano – para cuando escuché
los disparos, me paré rápido pensando que me tiraban a mí porque el silbido de
las balas los escuché muy cerca de mis orejas – añadió – busqué mi máuser
cuando me di cuenta del cuadro y, sin esperar nada le disparé a Fierro cayendo sobre la mula pues fue a esta a la
que le di en la cabeza, al levantar la cabeza por los silbidos de las balas.
-- A mi hermano
Hilario le pegó en el máuser – terció Macario Pérez que buscaba entre sus ropas
papel cebolla para liar un cigarrillo – luego yo le disparé pero este cabrón corrió por detrás de
la escuela donde ya mi cabo Martiniano lo estaba esperando.
-- Si – tosió
Martiniano – sin esperar que levantara su pistola el mentado Fierro, le cerrajé
un plomazo que ora sí le metí entre ceja y ceja para caer a tres metros de la
‘pader’ de la escuela.
-- Los pelones
al verse sin jefe huyeron despavoridos por entre el monte – intervino el primer
corneta -- ¡no huyan pelones!, les gritamos echando balas mientras se agarraban
el culo ja ja ja ja
Y el quince de
mayo
y el quince de
mayo
cuando el caso
sucedió
partió el Cabo
Fierro
para la Rivera
por cierto
donde quedó.
Pasó por la
hacienda
la hacienda de
Eureka
llevando todo
por lista
y allí tuvo
datos
que allá en la Rivera
se hallaban los
orteguistas.
Inmediatamente
emprendió su marcha
con ánimo y
mucho lujo
llevando
cartuchos
armamento
máuser
deseando
obtener el triunfo
allá estaba
Hilario
con su tropa de
avanzada
¡no corran
muchachos
hagan
resistencia
que allá viene
la fierrada!
Hilario le dice
al mentado
Fierro
aquí no se come
tierno
¿porqué no te
luces?
gritando sereno
¡Viva el
supremo gobierno!
Dentro de la
iglesia
tenían los
fortines
para poderles
pelear
los puros
sombreros
de los
federales
al aire se
veían volar.
Al pie de la
cuesta
mandaron tocar
avance y fuego
cerrado
habiendo tres
bajas
y el Cabo
Fierro tirado
Fierro
desprecio
Fierro
despreció
el valor
Californiano
perdiendo la
vida
perdiendo la
vida
a manos de
Martiniano
Yo ya me
despido
yo ya me
despido
ya me voy para
mi santuario
aquí se
acabaron
las
contrariedades
del Cabo Fierro
y de Hilario.
-- Otro día llegó mi coronel Ortega con un
‘retratero’ para luego ordenarnos que le apuntáramos al cadáver para que
quedara testimonio del tiro de gracia – intervino el teniente Pedro
Orozco – yo vide que a uno de la escolta le temblaban las canillas –
dijo en son de guasa.
-- Yo también
‘vide’ – terció el eludido – que alguien se pegó una ‘miada’ en los de manta
trigueña.
-- Ja ja ja ja
ja -- Soltaron la carcajada que les permitió liberar el temor reprimido que por
días llevaron encerrado en las tripas. -- Ja ja ja ja -- se oyó el eco de las
risas que apuntaron a la dirección del cerro pedregoso que les servía de
división con las Demasías de San Cristóbal.
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