sábado, 16 de mayo de 2015

BCS ante la Corte Gringa


 
Capítulo I

 
La muerte del Cabo Fierro

   -- ¡Ahí viene m´jo con los orteguistas!-- Denunció una voz salida del corral. El trajinar en la enramada que servía de cocina cambió de ritmo. La patrona salió de la casona para asomar su vista por el arroyo de Santa Catarina hasta distinguir a su hijo y a su compadre Martiniano Núñez, al lado de once jinetes.

   Una vez desensillados los briosos machos, el Cabo Martiniano Núñez le ordenó a la tropa que descansaran con absoluta libertad pues, les dijo – Este lugar es seguro, tengan la plena seguridad que los federales no vendrán a molestarnos aquí – Luego se dirigió al papá de su compadre Pedro Orozco González, dueño del rancho Santa Catarina – Gracias señor por recibirnos en tu casa.

   -- Descanse, coma y tómese un café de talega que ya las viejas tienen preparado para usted y su gente – Los oyentes pararon oreja ante la invitación de don Pedro Orozco -- Vieja – ordenó el ranchero de más de 1.80 metros de estatura – sírvele café a los muchachos.

   En troncos de chino, palmeras y gueribos, los polvorientos revolucionarios descansaron su cuerpo para disfrutar del aromático café de talega. Luego que arrimaron una mesa larga hecha con madera de cardón, las mujeres pusieron dos ollas llenas de café y una docena de vasos de barro que el fayuquero conocido como el Piernudo había dejado a cambio de un chivo.

   El vigía, lejos de acercarse a saludar a los recién llegados, en cuanto su padre gritó que ahí venía su hijo, lazó un becerro de año, que habría nacido el día en que su hermano se unió a las filas de los orteguistas, luego le ató las cuatro patas en un mismo nudo  y, como  un  ritual  sagrado,  enterró  el cuchillo, que  siempre  traía  fajado al cinto de correas de cuero, en el cuello del animal de casi 200 kilos de peso. Luego que desangró al becerro sobre una olla de peltre, le desanudó los miembros para atarlos en forma separada a cuatro horcones que tenían para tal fin. Con habilidad propia del ranchero Californiano fue retirando la piel y, sobre ella misma fue depositando los “cuartos” de la res para, sin que se dieran cuenta los recién llegados, entregarlos en la cocina donde ya tenían el bracero listo para el asado.

   -- ¿Ya arregló el paraje en San Cristóbal? – Preguntó Pedro hijo a su padre.

   -- Ya, Juan llegó el domingo, por cierto – agregó – preguntó la hija de don Chon por ti.

   -- ¿On ta´ Juan? – Respondió Pedro con otra pregunta como no prestando atención a lo que su padre en forma ocurrente había intentado ejercer.

   -- En el corral arreglando el becerro – Respondió doña Natividad al momento de salir de la cocina secándose las manos en el delantal.

   -- ¡Mamá! – Expresó lleno de júbilo el revolucionario levantándose del taburete que le servía de asiento, para ir a su encuentro y saludarla de un beso en la frente, luego santiguarse y darle un abrazo.

    En eso, como si al nombrar al becerro estuviera conectado con todos los movimientos del rancho, el olor característico de la carne asada obligó a los recién llegados a aspirar el aroma inconfundible de carne, ajo y orégano – Esto se está poniendo bueno manifestó el sargento Macario Pérez.

   Entre risas y voces de la tropa doña Jesusa le recriminó a su hijo – Hace un año que te juites con tu compadre y a´ta hoy tenemos razón de ti – añadió al reproche – dime, cuéntame, qué pasó con los pelones.

   -- Tate ma´, ya habrá tiempo de platicarte los pormenores de la friega que llevamos durante este año, hoy queremos descansar de los fantasmas que no nos han dejado dormir estos últimos días -- Respondió Pedro  que  ya  “asentaba”  su  cuchillo  en la piedra de ‘amolar’ que guardaban en el zarzo entre quesos, panocha, y huesos secos.

   El crepúsculo hizo más atractivo el fogón que ya había empezado a sacar de sus brazas los primeros pedazos de carne – Coma, amigo – Dijo el dueño del rancho al cabo Martiniano Núñez al tiempo que le alcanzaba un costillar asado – ahí están las tortillas de harina – expresó señalando un panguingui de redondas y amasadas de harina con requesón cocidas en comal, envueltas en tela con ornamentos de flores hechas con hilaza que el comerciante les cambiaba por queso o leche.

   -- Órale mi sargento Macario – Extendió la pieza a su brazo derecho. Una vez que lo tomó entre sus toscos dedos, el cabo cortó por la mitad el costillal asado – pásale a la tropa – ordenó al tiempo que él mismo compartía otros trozos entre los revolucionarios.

   Luego los filetes asados dieron la oportunidad de adornarlos con un par de tortillas que deglutieron entre risas y anécdotas de escaramuzas en los diferentes ranchos por dónde pasaban, y enfrentaban a los federales que les seguían los pasos – Dónde sí me temblaron las canillas fue en la Rivera pues no esperaba que el cabo Fierro se atreviera a enfrentarnos cuando estábamos bien atrincherados – señaló el sargento Macario Pérez

   -- La suerte que yo estaba en el corral – terció el cabo Martiniano – para cuando escuché los disparos, me paré rápido pensando que me tiraban a mí porque el silbido de las balas los escuché muy cerca de mis orejas – añadió – busqué mi máuser cuando me di cuenta del cuadro y, sin esperar nada le disparé a Fierro  cayendo sobre la mula pues fue a esta a la que le di en la cabeza, al levantar la cabeza por los silbidos de las balas.

  -- A mi hermano Hilario le pegó en el máuser – terció Macario Pérez que buscaba entre sus ropas papel cebolla para liar un cigarrillo – luego yo le  disparé pero este cabrón corrió por detrás de la escuela donde ya mi cabo Martiniano lo estaba esperando.

   -- Si – tosió Martiniano – sin esperar que levantara su pistola el mentado Fierro, le cerrajé un plomazo que ora sí le metí entre ceja y ceja para caer a tres metros de la ‘pader’ de la escuela.

   -- Los pelones al verse sin jefe huyeron despavoridos por entre el monte – intervino el primer corneta -- ¡no huyan pelones!, les gritamos echando balas mientras se agarraban el culo ja ja ja ja


Y el quince de mayo

y el quince de mayo

cuando el caso sucedió

partió el Cabo Fierro

para la Rivera

por cierto donde quedó.

Pasó por la hacienda

la hacienda de Eureka

llevando todo por lista

y allí tuvo datos

que allá en la Rivera

se hallaban los orteguistas.

Inmediatamente emprendió su marcha

con ánimo y mucho lujo

llevando cartuchos

armamento máuser

deseando obtener el triunfo
 
                                                      Allá estaba Hilario

allá estaba Hilario

con su tropa de avanzada

¡no corran muchachos

hagan resistencia

que allá viene la fierrada!

 
Hilario le dice

al mentado Fierro

aquí no se come tierno

¿porqué no te luces?

gritando sereno

¡Viva el supremo gobierno!

 
Dentro de la iglesia

tenían los fortines

para poderles pelear

los puros sombreros

de los federales

al aire se veían volar.

 
Al pie de la cuesta

mandaron tocar

avance y fuego cerrado

habiendo tres bajas

y el Cabo Fierro tirado

 
Fierro desprecio

Fierro despreció

el valor Californiano

perdiendo la vida

perdiendo la vida

a manos de Martiniano

 
Yo ya me despido

yo ya me despido

ya me voy para mi santuario

aquí se acabaron

las contrariedades

del Cabo Fierro y de Hilario.
 
  -- Otro día llegó mi coronel Ortega con un ‘retratero’ para luego ordenarnos que le apuntáramos al cadáver para que quedara testimonio del tiro de gracia – intervino el teniente  Pedro  Orozco – yo vide que a uno de la escolta le temblaban las canillas – dijo en son de guasa.

   -- Yo también ‘vide’ – terció el eludido – que alguien se pegó una ‘miada’ en los de manta trigueña.

   -- Ja ja ja ja ja -- Soltaron la carcajada que les permitió liberar el temor reprimido que por días llevaron encerrado en las tripas. -- Ja ja ja ja -- se oyó el eco de las risas que apuntaron a la dirección del cerro pedregoso que les servía de división con las Demasías de San Cristóbal.

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